Una de las razones principales por las cuales cada persona es diferente, es que todos vivimos experiencias diferentes. Y esto, desde el mismo momento de nuestro nacimiento. Esas experiencias, cómo las vivimos y cómo las recordamos, modelan de manera significativa nuestras personalidades. Son las principales responsables de que somos como somos. Quedan grabadas en nuestra memoria de manera más o menos profunda y de manera más o menos feliz, pero cada una de ellas, de alguna manera, deja alguna huella. Y esas huellas son las que rigen nuestra vida presente, porque rigen nuestra forma de pensar y de actuar.
Se podría decir que, de alguna manera, nuestra memoria nos define.
Del otro lado, somos lo que recordamos. Sin recuerdos, no somos nadie. Pero somos también cómo decidimos recordarlo. Y tenemos el poder de decidir cómo vamos a almacenar esos recuerdos. De manera positiva o no. De manera feliz o no.
Estar feliz está totalmente en nuestras manos.
A través de mi primera novela “el secreto del niño”, me propuse plasmar este concepto.
Un hombre negativo, desilusionado y prisionero de su pasado culpa a todo y a todos por su vida aburrida y sin sentido. Está a punto de morir y cree que una última experiencia mayúscula podrá enmendar una vida entera de mediocridad. Pero, en realidad, es un hombre torturado y roto, y sólo encontrará la paz y la felicidad gracias a un largo e inesperado viaje de introspección.